Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo perdido del mundo, vivía una familia muy feliz. Eran siete hermanos y hermanas, el orgullo de sus padres. Vivían de lo que producía su modesta granja y eran muy queridos en la región. Una noche de mucho viento vino al mundo el octavo de los hermano, el pequeño Octavio. Con él llegó la desgracia para la familia. El vendaval hizo estragos en la pequeña granja y los años venideros fueron muy duros. Se les borró la sonrisa y sin querer empezaron a temer al benjamín de los hermanos. "Es un poco gafe" se decían, "el pobre no lo puede evitar, hay que intentar tratarlo como uno más". Pero cuanto más normalidad intentaban aparentar más patente se hacía su rechazo hacia el niño, que acabó por buscar refugio entre los libros de la biblioteca del pueblo. Entre las páginas llenas de palabras maravillosa no encontraba miedo, ni desconfianza.
Un día, uno de los hermanos enfermó, y a este los siguió otro y otro. Los padres no daban a basto para atender a los siete enfermos y decidieron mandar a Octavio a dormir al cobertizo por dos razones: una de ellas, para que no cayera enfermo el también, la otra, por si acaso, todo el mundo sabía que era un niño gafe.
El pequeño obedeció a sus padres sin rechistar sintiéndose muy culpable. Pero todas las noches salía del cobertizo y se iba a sentar en la puerta de su casa para velar a los enfermos.
Una noche, Octavio se despertó sobresaltado se encontró con una oscura sombra a su lado. La sombra se detuvo un momento y fijó una de sus descarnadas cuencas en el niño. "Ejem, ejem ¿hola?", "Hola" contestó Octavio con un hilo de voz . "Así que notas mi presencia. ¿Eres uno de esos mediums chiflados que andan todo el día tras mis pasos?" El pequeño negó moviendo bruscamente la cabeza de un lado a otro. "Curioso", comentó la muerte, "Ahora si no te importa tengo que entrar en esta casa y hacer mi trabajo".
Octavio se interpuso en su camino con desesperación. "No, por favor. Son mis hermanos y hermanas", pero la muerte no conoce la compasión y volvio a pedir al pequeño que se apartara. El niño se dio cuenta que por ese camino no conseguiría nada, así que cambió de estrategia. pensó que nadie querría hablar con la muerte, igual que nadie qiería hablar con él porque era gafe, así que se jugó todo a una sola carta.
"¿Tiene prisa, señora muerte?" Le espetó de improviso. "¿Prisa?" se extrañó la sombra "Yo dispongo de tooooda la eternidad". "Entonces tiene tiempo para escuchar una de mis historias".
"¿Me quieres contar una historia? ¡¿A mi?! ¡¡¿A la mismisima muerte?!!" Las carcajadas guturales le pusieron los pelos de punta al pequeño, pero aun así no cejó en su empeño. "Es una historia muy buena, no se arrepentirá.
La muerte pensó que no tenía nada que perder, bien podía hacer un descanso esa noche y volver la siguiente a por el alma de los siete hermanos. Así que Octavio empezó su relato. La sombra quedó fascinado de cada una de las palabras que salían de los labios del niño y no se dio cuenta de que el tiempo pasaba. Cuando finalizó el relato se mostro muy agitada. "Se me ha hecho muy tarde, pero he disfrutado como nunca de tu cuento. Eres todo un contador de historias. Será mejor que vuelva la próxima noche, ahora tengo que seguir con mi recorrido". Dicho esto se desvaneció.
Por la mañana los hermanos de Octavio había mejorado un poco. La siguiente noche, Octavio esperaba a la muerte bien despierto. "¿Otra vez aquí?" le espetó la sombra "¿No sientes terror?", el niño negó tranquilamente con la cabeza "¿Ni un poquito de pavor?", el niño volvió a negar, ¿Ni siquiera un miedo enorme e insuperable que hace que te tiemble todo el cuerpo?". "No", aseguró categoricamente Octavio, "Y tengo otra historia preparada. Ésta es mejor que la anterior". La muerte dudó un momento, pero la curiosidad pudo con ella "Está bien, sólo un moento y entró a por el alma de tus hermanos. Así que se le volvió a hacer tarde, tuvo que irse y a los hermanos de Octavio se fueron recuperando día tras día, hasta que se pusieron buenos del todo y la muerte no tuvo ninguna alma que llevarse. "Ja ja, me la has jugado bien" aseguró jocosa la muerte la última noche. "Pero he de confesar que me encantan tus historias", la sombra calló un instante y prosiguió con un tono de voz más serio "¿Qué te parece si te llevo a la cueva de las maravillas y te voy a visitar de vez en cuando para oirte contar cuentos?" "¿Qué lugar es ese?", contestó Octavio. "Es una cueva donde viven muchos niños que nunca crecen y que está en un mundo de fantasía, donde todos los días suceden cosas maravillosas" Quién podría negarse. "Dame un día para despedirme de mi familia", "Muy bien, la próxima noche vendré a por ti".
Octavio se despidió de sus padres y hermanos y les dijo que se iba a recorrer mundo. La madre no estuvo de acuerdo, porque ya sabemos todos como son las madres, que se preocupan por todo, pero le vio tan ilusionado que acabó cediendo. "Te esperaremos aqui hijo, vuelve cuando te canses de recorrer mundo". A la noche siguiente, la muerte se presentó como siempre y casi le pareció que sonreia. "¿Nos vamos?" Octavio también sonrió le dio la mano a la sombra y los dos partieron en dirección a la cueva de las maravillas.
Si queréis conocer los cuentos que Octavio le contaba a la muerte noche tras noche seguid leyendo.
jueves, 19 de noviembre de 2009
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Niña, es estupendo como has contado esta historia.
ResponderEliminarUna historia de muertes ¡qué casualidad!
Un besazo, guapa.